martes, 11 de abril de 2017
El Dios que queria ser hombre
El Dios que quería ser hombre.
Por: J.A. Aguilar Ramírez.
El Bartender me movió un poco el hombro para ver si aún respiraba, estaba hundido en mi propio vomito. Me arranco el vaso que llevaba enganchado en mi mano, y echo ahí mi cigarrillo que aun tenia encendido entre los dedos. Aquella fastidiosa música pueblerina idolatrando a personajes falsos, hablando de dinero, lujos y prostitutas, retumbaba en las paredes de este abismo. Me daba más asco estar entre toda esta multitud de gente ignorante, sin aspiración a nada, que estar hundido en mis propios fluidos ácidos.
<< ¡Señor, le pido del modo más amable que se largue de aquí! >> Me dijo el Bartender. Pude levantar un poco la cabeza para mirar que limpiaba una jarra de cerveza para servir ahí la refrescante bebida. Unas lindas señoritas se sentaron alado mío y pusieron cara de asco al verme hundido en toda esa porquería que salía de mi boca. <> Balbuceé aquellas palabras aun con líquidos en mi boca. Aquellas lindas muchachas se rieron al ver que aún me quedaban fuerzas para exigir lo que era mío. El tipo que estaba atrás de la barra les sirvió sus jarras de cerveza helada a las dos muchachas y estas se fueron, entonces aquel mal humorado empleado aprovecho mi soledad para levantarme la cabeza de entre el charco de porquería, me jalo violentamente de mi cabellera y puso sus ojos enfrente de los míos. << ¿Cómo es que alguien en tu estado aún tiene fuerzas para exigir una bebida más?>> pregunto y yo le replique. <> El sujeto de nuevo dejo caer mi cabeza contra el apestoso charco. Me levante de la silla de madera y comencé a caminar hacia el baño, ya había bebido algunos vasos de cerveza y mis necesidades fisiológicas gritaban en mi cabeza para que les prestara atención. Olvide al Bartender y sus intentos de correrme de aquel horrendo lugar.
Al llegar al sanitario, pude ver que estaba repleto de sujetos en peor estado que yo. No me intereso como la mayoría de las cosas, fui al mingitorio y ahí hice lo que tenía que hacer. Un tipo me sujeto de la pierna y como si fuera un soldado herido me miro a la cara y pidió que lo sacara de ahí, no me intereso, a mí me interesaban otras cosas, me gustaba debatir sobre libros: que libro es mejor ¿la divina comedia o el quijote de la mancha? Qué película es mejor de Kubrick ¿la naranja mecánica o la odisea en el espacio? Quien había aportado la más exquisita música ¿Mozart o Chopin? Me encantaba el arte, me gustaba todo aquel universo ¿pero cómo podía platicar de estos temas en una caverna llena de gente ignorante, sin sueños, hipócritas, estúpidos? Me interesaba más Mozart que había muerto ya hace más de un siglo, que sacar a aquel sujeto que me pedía ayuda sacudiéndome una pierna. Me quite de encima sus apestosos dedos, lo mire con asco, así como lo habían hecho aquellas dos chicas conmigo y regrese a la barra del bar.
EL Bartender me dejo en mi lugar una cerveza fría, en un nuevo vaso y una caja de cigarrillos, nuevos. <>.
Llevaba el vaso de cerveza en la mano derecha y en la izquierda los cigarrillos, en el estado que caminaba, por el peso de mis dos vicios, me iba hacia adelante, parecía que me iba a ir de boca, pero nunca sucedió, voltee a ver al Bartender a la mitad del camino hacia la puerta y le grite << ¡debes conseguir una rockola con música clásica amigo, así tendrías más borrachos con clase y no esta bola de...! >> observe a mi alrededor, todos aquellos sujetos con la misma vestimenta estúpida que estaba de moda de entre la clase alta-baja. Toda aquella manada de simios me observaron, estudiaron las palabras que mi boca borracha masticaba << olvídalo >> dije dando la media vuelta.
Salí de aquel bar y de la nada una tormenta me empujo al suelo, estaba tan borracho que el peso de la lluvia podía tumbarme y dejarme embarrado de lodo. No podía ver nada por aquella tormenta que apareció sin previo aviso; ahí tirado en el barro de la calle vomite un poco más. Mi cerveza se había arruinado, pero la caja de cigarros aún se podrían salvar, deje atrás la cerveza y me arrastre por el fango buscando un lugar seguro para encender un cigarro. Este lugar era decente, lo único malo que había, era aquella cantina de mala muerte que estaba en un rincón olvidado de aquel pueblo lleno de casas pequeñas donde habitaba gente educada y trabajadora. Aquel dueño del bar lo había colocado ahí para evitar que la policía se acercara, ya que como lo dije era un pueblo sin problemas y la policía casi nunca lo visitaba.
Haya por aquel único poste de luz de este rincón solitario, se podía ver una cabaña donde vivía una linda familia, un padre ejemplar que tenía una hermosa esposa ejemplar que estaba cocinando un delicioso pastel ejemplar para su pequeña hija, que hoy cumplía años.
Comencé la odisea para llegar al porche de aquel cálido hogar, fue totalmente una hazaña pero lo conseguí, cuando me cubrí de la tormenta ya estaba aniquilado física, mental y espiritualmente. Tome un respiro… saque el encendedor y la caja de cigarrillos hecha un desastre, saque uno y me lo coloque en la boca luego lo encendí mientras escuchaba las risitas de la familia a mis espaldas, ignorando mi presencia. Ahí va la primera bocanada de humo, un poco mejor, la segunda me sentía a lado de una chimenea y ya en la tercera mi cuerpo ardía.
Ya en aquel bar de mala juntera habían salido unos “simios” a darse de golpes por las dos chicas que me miraban asqueadas. Sonreí, me alegre de haber salido a tiempo de aquel lugar.
Algo estaba mal en esta tormenta, no era una tormenta normal, esta tormenta era más oscura que las otras, no sé cómo explicarlo, pero en las tormentas puedes ver un fin, creo que esta no tenía uno.
Rasque mis bolsillos y ahí estaba la causa de que yo fuera un ebrio, una escoria, la porquera más baja.
Las mujeres son la perdición de los hombres cuerdos. El sobre estaba rasgado y lleno de barro, saque su contenido y por milésima vez leí aquella carta con mucho cuidado, haciendo que cada letra golpeara mi pecho, sentía cada palabra como si fuera un puñal afilado perforándome la carne. Y las últimas palabras hicieron que unas lágrimas salieran de mis vidriosos ojos. “Me llevo a nuestro hijo...”
Lleve de nuevo la carta al sobre y el sobre al bolsillo, una sonrisa sarcástica salió de mis labios apretando el cigarrillo como si fuera el cuello de mis problemas.
Como lo había dicho antes, algo en esta lluvia me daba un mal presentimiento. Los simios ya estaban tirados en el fango bañándolo con su sangre rojo cromo, cuando de pronto unos aviones de la milicia surcaron por el cielo, con tanta fuerza que las casas que había en este lugar temblaron al sentir la presencia de los pájaros de metal. <> dije mientras otra flotilla de estos aviones armados, pasaron justo arriba de nosotros, <> dije mientras me apoyaba en mis viejas rodillas para levantarme.
La tormenta no se había tranquilizado en ningún momento, pero ya me quería largar a mi departamento para descansar de esta noche. Todos aquellos sujetos del bar montaron sus camionetas, ebrios por la cerveza de barril, se decidían ir a ver lo que había pasado en la ciudad, eran tan estúpidos que se les había olvidado que momentos antes habían tenido una pelea por un par de mujeres.
<< ¡Oigan!, ¡estúpidos campesinos!, ¿a dónde se dirigen?>> les dije agitando mis brazos para que me vieran entre la oscuridad de la tormenta. <>. Eran estúpidos y si le sumas que aún estaban borrachos las posibilidades de una guerra contra oriente resultaban bajas, de hecho yo dudaba de que ellos supieran que era el oriente. <> los agropecuarios con déficit de atención sonrieron felices al ver a alguien de mi edad interesarse en sus estupideces. <>. Subí.
Y ahí iba yo, con una manada de chimpancés hablando de guerra y de bombas de hidrógeno mientras yo pensaba solo en dormirme. Íbamos por un camino de terracería, la tormenta nos latigueaba como romanos a cristo y los helicópteros y los aviones no dejaban de surcar el cielo, pasaban furiosos, muy furiosos, cortando a la tormenta por la mitad. Haya a lo lejos se podían escuchar murmullos de gente asustada, pero eso no me interesaba en nada, solo quería que la tormenta acabara para de nuevo prender otro tabaco.
Ahí estaba, el majestuoso camino que nos conducía directo a la enorme urbe de gigantes edificios de acero y de ladrillo blanco, de casas y de gente buena, de perros y ratas que comían en basureros, de vagabundos y políticos. Pero algo estaba mal, lo podía presenciar, algo estaba demasiado mal aquí y de pronto…
Un pequeño avión dejo caer una vieja amiga… la bomba atómica…
Mis ojos no vieron luz más brillante en toda mi vida… todo aquello fue destruido en cuestión de segundos por aquella ojiva, todo acabo en cuestión de un parpadeo, los simios del bar, los edificios, la camioneta, los padres festejando a su hija, los aviones, los helicópteros, la tormenta. Todo desapareció en las faldas de aquel gigantesco hongo atómico…
La tormenta se detuvo… Estire mis dedos de las manos, me dolían los músculos de todo mi cuerpo, estaban entumecidos, respire, me levante poco a poco y así, poco a poco abrí los ojos… ¿qué había pasado? Estaba en medio de un desierto apocalíptico. Todo era gris, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que la bomba toco el suelo, pero tenía una resaca infernal. No había nada ni nadie a mí alrededor, todo había desaparecido aunque allá, en dirección a la ciudad se podía ver algunos vestigios de construcciones en pie. Dios me odiaba, había arrojado una bomba atómica y había arrasado con todos, menos conmigo, ni con mi resaca. Busque la cajetilla de cigarrillos ¡genial! Ahí estaban, intactos. Me acerque a los restos de un árbol que aún estaba envuelto en llamas y ahí prendí mi cigarrillo. Comencé a caminar hacia la ciudad esperando morir en el camino.
Todo se había convertido en cenizas y el sol se ocultaba atrás de un telón de espeso humo, como si le diera vergüenza verme en semejante estado, con la ropa desgarrada, con la cara cubierta en aquel polvo grisáceo y con ganas de matar la resaca que cargaba. Aquella bonita ciudad se había convertido en un gigantesco rompe cabezas, las redes de drenaje se levantaban como grandes torres y las grandes torres yacían mutiladas sobre el suelo, el cableado eléctrico adornaban las calles quebradas, algunos cables aun bailaban por la energía que en ellos corrían, había un tipo de ceniza por toda la ciudad, creí que era cemento, pero conforme avance en las entrañas de la urbe, pude ver cadáveres de todo tipo calcinados, como si fueran maniquíes de las tiendas de oferta, cadáveres grises que cuando el viento soplaba, los desintegraba y las cenizas se revolvían con el cemento haciendo aquel polvo gris que invadía a la ciudad. En el centro de la ciudad (donde impacto la ojiva) había un abismo, toda la tierra se había hundido y con ella edificios, gente, carros, las redes de drenaje, inclusive pude ver un metro enredado entre tantos edificios. <> pensé.
Las sirenas no dejaban de sonar por toda la ciudad, el ejército paseaba por las calles con máscaras de gas y trajes para no contaminarse con la radiación. << ¡Señor! ¿Se encuentra usted bien?>> me dijo un enmascarado holgazán que estaba sentado en una gigante roca, parecía ser el pilar de un gran edificio que fue descuartizado por la energía de aquella arma. << ¡No! No lo estoy muchacho ¿qué demonios paso? Tengo una maldita resaca del infierno ¿no tienen licor?>> pregunte con esperanzas de que asintieran con la cabeza. <> me pregunto asombrado de verme como un muerto viviente caminando entre las calles mutiladas de la urbe. << No precisamente estaba en la ciudad, estaba cerca, ¿dijo que hace un mes fue lo de la explosión?>> pregunte mientras me alejaba de aquel sujeto el cual no me interesaba. << Así es, la bomba destruyo tres ciudades más que colindan con esta, eso quiere decir que usted estaba en el rango de destrucción>> me dijo el muchacho sorprendido y tratando de alcanzarme. << es un milagro ¿verdad?, bueno, no me interesa iré a buscar algo para tranquilizarme, un poco de vino>> el muchacho comenzó a caminar hacia mi más rápido, pero yo apresure mi paso y lo deje atrás, me perdí entre las ruinas mientras el joven soldado gritaba que volviera.
Estaba triste, me sentía enfermo y lloraba con desesperación tratando de explicarme por qué no acabe abajo de las ruinas, lo único que pedía era eso, descansar un poco de todo el caos y la basura de la vida. Si antes mi vida no tenía sentido ahora menos viviendo en un mundo que se estaba quebrando. Encontré un edificio como de 50 pisos aun de pie, aunque su estructura estaba muy dañada me propuse llegar a lo más alto de aquel edificio y acabar con todo esto de una buena vez.
Ahí estaba yo, en el precipicio, con un cigarrillo prendido en mis labios. Mire a mi alrededor, las aves del ejercito volaban lejos de aquel edificio así que me dejarían morir en paz, aunque me hubiera gustado morir leyendo mis libros, viendo mis películas o escuchando a Mozart, debía de despedirme del mundo de un modo vergonzoso para cualquier hombre. Respire, saque por última vez aquella dolorosa carta, la leí de nuevo, trate de buscar los rostros de mi hijo y de mi amada esposa entre aquellas letras, lo más seguro sus vidas había expirado por la misma bomba que azoto esta ciudad. Una última bocanada de tabaco, prefería morir que seguir soportando la resaca que cargaba conmigo y… tire mi cuerpo para adelante, apretando los parpados…
En mi caída libre abrí los ojos para ver si la muerte esperaba haya abajo, pero… dios me odiaba tanto... Mi cuerpo entonces se suspendió, como si la gravedad hubiera dejado de existir de un momento a otro y comencé a ir hacia arriba “algo muy extraño” pensé. Comencé a ver aquel maravilloso espectáculo. La tierra se empezó a quebrar y los edificios comenzaron a separarse de sus cimientos, incluso las aves del ejercito dejaron de funcionar y comenzaron a flotar, los pilotos ya no tenían el control sobre sus máquinas, solo daban vueltas y vueltas en el aire, algunos de estos helicópteros chocaron entre si haciendo aún más grande el caos. Todo flotaba, soldados, edificios, la misma ceniza gris, toda la porquería comenzó a ir hacia arriba. La tierra comenzó a partirse en gigantescos pedazos y esos pedazos se dirigían hacia el cielo. <> dije yo viendo que la gravedad había desaparecido, la tierra estaba explotando, no sabía por qué, pero ahora podía ver las entrañas del planeta mientras volaba al espacio exterior y ahí vino otra y enorme explosión que acabo con todo el planeta... solo esperaba que esto ahora por fin acabara con mi inmunda vida.
Abrí los ojos. <> pensé mientras miraba mi cuerpo, ya no había piel, ya no había huesos ni bello en él. Era luz, era como una antorcha de luz << ¿qué es esto? Ese bastardo del bar me drogo>> me dije. Mire a mi alrededor estaba flotando cerca del sol, estaba en el espacio exterior, allá estaba mercurio y venus y luego más lejanos a ellos se encontraba una franja de meteoritos. ¿Serían los restos de la tierra?
Una flotilla de seres alados, se ha cercaron a mí, parecían exhaustos de tanto volar con sus alas brillantes, estaban hechos del mismo material que yo, de luz. <> me pregunto uno de ellos. <> el ángel sonrió al verme en tal estado de confusión, perecían estar alegres de verme. << ¿Tienes resaca mi señor?>> pregunto y yo asentí con la cabeza. <> me dijo el ángel, yo lo mire con ojos raros y pregunte << ¿qué me quieres decir?>> el ángel respiro hondo, como si las palabras que fuera a decir fuera una carta que había repetido una y otra vez. <>
Guarde silencio un momento tratando de digerir todo lo que aquella criatura me decía. <> El ángel y sus acompañantes me miraron tristes. << ¿Sabe cuántos planetas como la tierra a destruido por su problema con el alcohol?>> me dijo el ser de luz acercándose a mí. << No lo quiero saber, si lo que me dices es verdad, construiré un nuevo mundo, bajare como humano y no fallare esta vez>> le dije mientras me frotaba las manos pensando en una cerveza helada para poder quitarme la cruda.
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Muy buen cueto,
ResponderEliminarMe gusta la manera en que lo vas desarrollando,
Jajaaja no había escuchado algo similar.......